martes, 29 de noviembre de 2011

Unas gafas de sol hechas de azúcar.

La niña se bajó cansada y con cierto grado de nervios inscrito en los ojos de aquel tren que había surcado el cielo. No hacía frío. La proximidad del sol calmaba su piel que estaba totalmente empeñada en tiritar. La niña era feliz, estaba donde quería estar. Esperaba vivir en aquel lugar, posado en una nube blanca, un verdadero sueño. Para eso había viajado hasta allí. Los nervios se transformaban en ilusión y en pasos firmes hacia el frente.

Al salir de la estación, un guardia de la estación le paró los pies. Lucía un aspecto perruno y algo turbio. Miraba a la niña por encima del hombro y con las cejas más estiradas de lo normal. "¿A qué has venido?" , le preguntó mientras escribía algo sobre un cuaderno arrugado. La niña, con un nudo en la garganta, se lo explicó. El brillo de sus ojos al contarlo parecía molestar a ese extraño personaje que había interrumpido su camino.  Hubo una pausa. El silencio dejaba paso al sonido del lapicero escribiendo intrépidamente. Tras la pausa, miró a la niña fijamente, soltó una carcajada y dijo con sarcasmo y acidez, "Creo que estás en el sitio equivocado, y el tren no partirá para tí.".

La niña abrió la boca tanto como los ojos, intentando gritar, y luego las lágrimas invadieron sus ojos. se sentó en aquel suelo espumoso. De repente, la nube ya no era blanca, todo era de color gris y la humedad llegaba hasta el tejido óseo. Sólo quería subirse al tren, y volver...

Pero en ese momento, alguien se acercó. Le cogió la mano y le levantó la barbilla. Era otra niña, que sonreía y la miraba con ternura. Llevaba puestas unas extrañas gafas, que simulaban el mismo tejido de ese mundo, pero parecían dulces y comestibles. Sin decir absolutamente una palabra, levantó a la niña que lloraba y puso sobre sus manos unas gafas del mismo tipo que las que ella llevaba puestas. Dudando un poco de todo lo que pasaba, la niña se secó las lágrimas y decidió ponérselas.

Y entonces, todo cambió. La niña de las gafas de azúcar cogió su mano. Y la nube, ya no era gris. La nube había tomado un ligero tono rosa, y los colores de las cosas eran intensos y divertidos. Unas gafas, que dulces en su forma y tacto, volvían el mundo dulce y rosa...

Las niñas no se las quitaron en ningún momento, y sin darse cuenta, el tren volvió a aparecer frente a sus ojos. Ahora era todo diferente, debía volver a casa. La razón de su viaje, no se había cumplido. La razón de su viaje se había perdido prácticamente con la maleta en el tren. Pero eso no importaba, quedaban muchas nubes que visitar. Ahora, se iba de aquella, con nostalgia. No por la nube, no por coger un tren. Había que culpar a esas gafas, a esos colores y a esa niña que le había prestado aquellas gafas de azúcar que habían dado color a lo que parecía totalmente gris.

Por eso, no importa donde vaya esa niña... pero, el color de esa nube no se borrará de su memoria. :)