sábado, 31 de diciembre de 2011

Pinturas de Colores.

Garabateaba con pinturas de colores en la pared. Escribía cosas sin sentido, y los monigotes que salían de sus movimientos de muñeca cobraban vida como si la pintura fuese una simple varita mágica.

Se divertía mirándolo. Miraba como unos monigotes escribían historias que se reflejaban en lo húmedo de sus ojos. Reía, simplemente reía.

Probablemente, su madre tendría algo que objetar al mundo que se estaba creando en la pared de su habitación.  Pero eso no importaba, era su mundo y disfrutaba de él mientras poco a poco cobraba vida. Se acercó un poco más y tocó la pared tímidamente con los dedos. Uno de los monigotes de color morado le tendió la mano y tiró de ella. Y entró. Sí, entró.

Ella lo había creado, lo había dibujado desde su imaginación. Y ahora estaba dentro. Dentro de su mente, y al mismo tiempo, dentro de su mundo. No pensó en ningún momento en cerrar los ojos, no lo hizo.
Sólo pensaba en una cosa, en su mundo, en disfrutar de sus monigotes, y en reír. Empezó en ese momento, en el que lo dibujó y ya no paró.

Puede que saliese de esa pared, puede que nunca hubiese entrado.
 Pero el mundo es lo que creamos nosotros, es lo que queremos ver, sentir o tener. Lo que imaginaría un niño...
 Lo simple, lo que se puede dibujar con pinturas de colores.

martes, 29 de noviembre de 2011

Unas gafas de sol hechas de azúcar.

La niña se bajó cansada y con cierto grado de nervios inscrito en los ojos de aquel tren que había surcado el cielo. No hacía frío. La proximidad del sol calmaba su piel que estaba totalmente empeñada en tiritar. La niña era feliz, estaba donde quería estar. Esperaba vivir en aquel lugar, posado en una nube blanca, un verdadero sueño. Para eso había viajado hasta allí. Los nervios se transformaban en ilusión y en pasos firmes hacia el frente.

Al salir de la estación, un guardia de la estación le paró los pies. Lucía un aspecto perruno y algo turbio. Miraba a la niña por encima del hombro y con las cejas más estiradas de lo normal. "¿A qué has venido?" , le preguntó mientras escribía algo sobre un cuaderno arrugado. La niña, con un nudo en la garganta, se lo explicó. El brillo de sus ojos al contarlo parecía molestar a ese extraño personaje que había interrumpido su camino.  Hubo una pausa. El silencio dejaba paso al sonido del lapicero escribiendo intrépidamente. Tras la pausa, miró a la niña fijamente, soltó una carcajada y dijo con sarcasmo y acidez, "Creo que estás en el sitio equivocado, y el tren no partirá para tí.".

La niña abrió la boca tanto como los ojos, intentando gritar, y luego las lágrimas invadieron sus ojos. se sentó en aquel suelo espumoso. De repente, la nube ya no era blanca, todo era de color gris y la humedad llegaba hasta el tejido óseo. Sólo quería subirse al tren, y volver...

Pero en ese momento, alguien se acercó. Le cogió la mano y le levantó la barbilla. Era otra niña, que sonreía y la miraba con ternura. Llevaba puestas unas extrañas gafas, que simulaban el mismo tejido de ese mundo, pero parecían dulces y comestibles. Sin decir absolutamente una palabra, levantó a la niña que lloraba y puso sobre sus manos unas gafas del mismo tipo que las que ella llevaba puestas. Dudando un poco de todo lo que pasaba, la niña se secó las lágrimas y decidió ponérselas.

Y entonces, todo cambió. La niña de las gafas de azúcar cogió su mano. Y la nube, ya no era gris. La nube había tomado un ligero tono rosa, y los colores de las cosas eran intensos y divertidos. Unas gafas, que dulces en su forma y tacto, volvían el mundo dulce y rosa...

Las niñas no se las quitaron en ningún momento, y sin darse cuenta, el tren volvió a aparecer frente a sus ojos. Ahora era todo diferente, debía volver a casa. La razón de su viaje, no se había cumplido. La razón de su viaje se había perdido prácticamente con la maleta en el tren. Pero eso no importaba, quedaban muchas nubes que visitar. Ahora, se iba de aquella, con nostalgia. No por la nube, no por coger un tren. Había que culpar a esas gafas, a esos colores y a esa niña que le había prestado aquellas gafas de azúcar que habían dado color a lo que parecía totalmente gris.

Por eso, no importa donde vaya esa niña... pero, el color de esa nube no se borrará de su memoria. :)

miércoles, 12 de octubre de 2011

Mis Palabras desde su balcón.

Escucha la música de fondo. Alguien toca para ella. Las notas virtuosas  de un piano lejano se confunden con la profundidad de un violonchelo que les acompaña en su camino, y a ella en su momento.

La ciudad se siente viva. Ella, también. El calor del sol cierra sus párpados para poder sentir con todo su cuerpo lo que le rodea. Desde aquel balcón, se ve el inmenso mar que intuye su fin en el horizonte; y un montón de casas, caminos, árboles y personas que forman las piezas de la ciudad y se dejan llevar por la rotación de un bonito y caprichoso planeta.

Una equivocación era la responsable de que ella se encontrara allí en ese preciso momento. Pero, somos almas en manos de un destino que sabe muy bien lo que hace. Conoce a la perfección las reglas del juego. Y nosotros no somos más que completos ignorantes de sus movimientos.

Ella se dio cuenta, comprendió que hay veces que lo más sabio es equivocarse.

No es absurdo creer que las cosas suceden con un por qué. Ella, se había perdido en miedos y preguntas. En confusión y pura ignorancia.  Y lo más irónico era que eso se había convertido en lo más inteligente. Ella, había pasado días y noches buscando una dirección sin éxito alguno. Había dejado a sus pies caminar, intentar llegar a comprender el motivo y fin de su camino y de sus pasos. Y era ahora, finalmente cuando lo comprendía: volver era su forma de llegar.

Ella, había buscado un sueño entre cajones, en todos los rincones y sin perder la esperanza, hasta en el polvo de las habitaciones. Con miedo de ser una persona sin  sueños, los buscaba por todas partes. Pero, hay veces que no hay nada como mirar a lo lejos, para que la borrosidad de lo que está más cerca, se vuelva absoluta nitidez.

Un paso en vano, que a simple vista era un gran error, se presentaba ante ella con una hoja en blanco donde sólo se podían leer unas palabras, una pregunta que resonaba con eco : ¿Lo ves?

Y ella, tenía la respuesta. Mentalmente era capaz de dibujar en esa hoja su camino, como si  un niño con pintura de dedo  lo hiciese en la pared.

Claridad. Ilusión. Ganas y fuerza se entrelazan con energía y su cuerpo. Todo conocía su razón de ser y ella no quiso entender cómo y porqué sucede cada cosa. simplemente, ya lo hacía.

Y era en ese balcón con música, donde se disparan miles de fotos por minuto, donde se respira a Gaudi en el ambiente, donde ella estaba y dónde sabía que tenía que estar. Porque aquel era el comienzo de un camino, y sus latidos la llevarían con los ojos cerrados, porque sabían donde querían ir... y siempre, lo habían sabido.

:)

domingo, 2 de octubre de 2011

Un abrazo, una borrachera y un trozo de chocolate.

Hay personas que no dejarías de abrazar nunca. Que te quedarías ahí, quieto. Sin mover absolutamente nada más que el diafragma para poder respirar. Abrazos que tocan lo más profundo, que son energía, son de verdad. Abrazos que no olvidas, abrazos que se necesitan porque son como una pequeña pila que recargan la circulación.

Dicen, bebe para olvidar. Curiosa mezcla de borracheras para olvidar y borracheras que recordarás siempre. Para dejar el cuerpo en manos de una noche, para perder la mente en ese pequeño espacio real donde nada está bajo control. Conversaciones, risas y locuras en una mano, mientras la otra sostiene un vaso.

Náhuat, lo llamaban los antiguos mexicanos. El sustituto del placer, lo llaman otros. Un señor llamado Crístobal, lo trajo a España, hace ya unos 509 años. Y como el ser humano, todo evoluciona. Crístobal pasó a ser una estatua a la que recordar, con borracheras o sin ellas. Y el chocolate, pasó a ser eso que tomar cuando nos hace falta un abrazo y no lo tenemos.

Absurdo. Curioso. A veces las cosas que no tienen que ver, forman la mezcla perfecta. Y esa mezcla, es la que se echa en falta, cuando te encuentras en una nueva cama, en una nueva ciudad y con miles de cosas por descubrir, sin saber por donde empezar.

Si alguien tiene una de estas tres cosas, porfavor, envíenlo a Barcelona :).

miércoles, 24 de agosto de 2011

Historias de rincón.

Se levantó de su triste silla rota y se dirigió a aquel armario que respondía al nombre de botiquín. Con paso de a quien le pesan los años y tiene que arrastrarlos, pero sin tenerlos de verdad, caminó poco a poco sin detenerse.
Su rostro era oscuro, y escondía más secretos de los que nadie podía saber.

Mirando la televisión que se mantenía encendida por hacer ruido, cogió sin mirar unas cuantas cajas de pastillas. las colocó en su mano y volvió a su silla. Y así empezó todo, como niño que mira una película que no entiende comiendo palomitas, él se tomaba una a una las pastillas blancas y de colores que había puesto en su mano.

En unos momentos su cara cambió. sus paredes ya no estaban vacías, sino llenas de notas musicales que bailaban dibujando un espectáculo particular. La televisión hablaba en un idioma, que seguro de ello, sólo él podía entender. Y el mundo tras la ventana parecía cambiar para ser lo que él quería.

Lo único que deseaba era saltar por la ventana, y sentir la sensación de vértigo. Caer, tentar a la gravedad. así, preguntándose porque no hacer lo que el realmente quería, lo hizo. Se dirigió directamente, y sin arrastrar los años a su ventana y se sentó en el borde. Lo que el veía era su mundo, un mar a sus pies, como si alguien hubiese construido su edificio en un nivel de latitud cero.

Cerró los ojos, soltó una carcajada y se tiró.


A las pocas horas despertó. Estaba, como cada domingo, tirado en la acera, al borde de la ventana de bajo B que era su casa. Cuando se sentía sólo, se drogaba. Cuando se sentía drogado, saltaba. No tenía miedo a morir, porque sabía que no iba a hacerlo. Sabía las consecuencias de aquellos saltos, pero a corto plazo, le dejaba el agridulce recuerdo de un mundo distinto y creado por él mismo.



Desesperación o normalidad. Hoy o nunca. Vive normal y muere cada día.

Será que cuando nos acostumbramos al mundo, necesitamos uno nuevo. El único problema, es que puede ser que el nuevo, llegue un día que nos acostumbremos y no nos deje volver...

miércoles, 20 de julio de 2011

Con la mente en la maleta.

Siempre me gustaron los aeropuertos. Sí, ese sitio frío, con gente seria y estirada con maletas. Con sus interminables pasillos y voces ásperas por el megáfono. Un sitio gris, limpio y organizado; donde la espera, la despedida y el sentimiento de lejanía se siente cada vez más cercana en cada mirada a los monitores de las salidas de los vuelos.

Pero a mí, siempre me gustaron los aeropuertos. Los abrazos de bienvenida, las lágrimas que separan o que unen, las miradas de búsqueda cuando sales por la puerta, y los ratos de espera observando a la gente perdida que busca con prisa sus vuelos.
Me fascina la idea de estar volando a cientos de kilómetros por hora y alcanzar sitios lejanos en tan solo un rato...Siempre he dicho que la distancia es relativa. Y es que, no está tan lejos el horizonte. Y, no importa lo lejos que estés.

A mi hoy, no me importa donde pueda encontrarme. Solo pienso en el significado del lugar que ocupamos cada instante. Pero es que, es mi mente la que se encuentra ahora en algún mundo paralelo al que no estoy segura que se pueda llegar en avión. No se si está perdida o viajando a algún sitio lejano que sólo ella entiende....

A veces, creo que no puedo saber donde está, donde se encuentra, o donde quiere llevarme... Sentimientos transformados en pensamientos que quieren huir lejos, evaporarse o incluso quedarse en su lugar.
Mejor, piénsalo dos veces, dicen. O quizás no. Ve al aeropuerto y coge el primer avión que salga, da igual hacia qué horizonte. Fácil, simple, vuela.

Será cuestión de entrar por la puerta de embarque adecuada...



Pensamientos de bolsillo... :)

lunes, 20 de junio de 2011

Estúpidas lágrimas sin sentido y con necesidad

No era más que un rostro mojado, sin significado ni esperanza. Tiró los pañuelos a la mesilla con el mismo desdén que desechaba sus pensamientos. Pensamientos frios, en la primera noche de verano. Necesidad o rutina. Pero de vez en cuando eran cosas que se acumulaban en su mente y en su habitación.
Había que sacarlo, y las lagrimas aunque transparentes escondían secretos y recuerdos que ni ella misma creía. Papel mojado, sin más. Porque no iban a parar a ninguna parte. Una mente conglomerada de ideas, de pensamientos y emociones que se peleaban por salir en aquella extraña y sucia sensación. Pero sólo hacía falta hacer un poco de hueco.
Porque según tocaban el exterior, morían. Porque la día siguiente saldría el sol, y el alivio del sueño acabaría con los restos. Porque eran sólo palabras, que no se dejaban comprender, porque en el fondo carecían de algún sentido.
Ya está, su piel esta seca. En unos pocos segundos, podrá sonreir. Mañana el sol, limpiará la osada y ligera estupidez que quede en los rincones.