martes, 3 de mayo de 2011

Cosas ligeras para pensamientos pesados...

Que ilógicos somos cuando intentamos comportarnos de la forma más lógica posible. Sólo hay que ser uno mismo, dicen. Es tan simple como la paradoja de “intenta ser espontáneo”.
Es algo esencial, y a la vez lo más difícil que hay porque vivimos en un extraño planeta donde nadie puede ser lo que es. Déjate llevar, sigue tus impulsos, compórtate como sientes y luego recibe un golpe. Ahora sigue las instrucciones: levántate, límpiate la mierda, sonríe y sigue aguantando.  No hay más. Quizás, nadie nunca ha intentado explicar cómo se puede ser uno mismo en un lugar donde nadie te deja serlo.
Que grande es la satisfacción de creer que no te has equivocado. Momentánea seguramente, porque bastarán unos segundos para cambiar de opinión.
 Lo estás haciendo bien, piensas. Sí, muy bien, estás siendo tú. Mides las palabras, las miradas y sonríes. Controlas, calculas y llevas acabo la acción que consideras correcta.
Todo parece ir bien. De repente, todo se da la vuelta. Y los pensamientos, en cajones ordenados terminan siendo un cajón de calcetines revueltos. ¿Qué has hecho mal? Te preguntas. No entiendes nada. Imposible entender algo que se escapa de ese diez por ciento utilizable de la mente humana.  Sólo has sido tú. He ahí la cuestión y el problema. No hay más. Ahora toca lo siguiente, relájate y piensa qué es lo que no entra en el concepto de “ser tú” que falta. A ver si así, la próxima vez lo incluyes y las cosas no salen así. Bien, acabas de cambiar. Y así, una y otra vez, prueba tras prueba lo irás comprobando. Lo ha hecho el mundo, o lo has hecho tú, pero te demuestras que no puedes ser aquello que te habían dicho que siempre fueses. Tú mismo.

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